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La ansiedad...... ¿amiga o enemiga?

Por María Soledad Molina C.
Psicóloga

Seguramente el cien por ciento de las personas que lean este artículo han sentido en más de alguna ocasión en su vida una sensación de hormigueo en el estómago, cómo se acelera su corazón cuando se encuentran frente a alguna situación que evalúan como peligrosa o tal vez muy importante, todo esto acompañado de una experiencia subjetiva de expectación. Si les preguntara como llamarían a esas vivencias, muchos contestarían “no lo sé”, “es una sensación rara, como inexplicable”, es “como una sensación de preocupación”, “es como nervios”, “ansiedad”, etc., de seguro recibiría una gama de respuestas tan amplia como el número de personas responda a la pregunta.

Es que la ansiedad se presenta en distinta forma e intensidad en cada persona, es como que cada individuo tenga una especialidad (por aprendizaje y por predisposición biológica) en sus propias respuestas típicas de ansiedad. Así, por ejemplo, habrá quienes vivan la ansiedad con mucha tensión muscular traducida en intensos dolores de cabeza, mientras que para otros el síntoma pueda ser sudoración, molestias gástricas u otros. A esta característica tan personal también contribuyen factores de aprendizaje (culturales, psicológicos, etc.) Por ejemplo, en el área de las respuestas fisiológicas, una persona que suda al estar ansiosa y se preocupa mucho por esta forma de respuesta porque los de su entorno lo puedan notar, lo más probable es que sin darse cuenta esté incrementando la tasa de ansiedad y por ende la sudoración.

Muchas situaciones que acontecen frecuentemente, entre las que se cuentan aquellas generadoras de ansiedad como son las situaciones de evaluación, situaciones sociales, situaciones fóbicas y situaciones de la vida cotidiana, provocan reacciones que pueden ir de moderadas a intensas. Todas estas manifestaciones de ansiedad son normales, manifestando unas personas una mayor intensidad que otras en cada situación, por ejemplo, para quien se dializa es muy normal sentirse ansioso antes de ser puncionado, claro está que es una situación no agradable y algo agresiva.

La cosa varía cuando se tiene una sensación de una amenaza mayor frente a esta acción, ya sea porque las experiencias anteriores han sido negativas o traumatizadoras o porque ha sido mal predispuesto con la persona que realiza la punción, las agujas, el proceso de diálisis misma, etc., corriéndose el riesgo de caer en sentimientos persistentes y generalizados de ansiedad que no cooperan para nada con el bienestar personal e incluso del equipo médico.   

La ansiedad se presenta en distintos niveles: en el ámbito cognitivo-subjetivo (lo que pensamos o sentimos) aparecen preocupación, inseguridad, temor, dificultad para decidir, miedo, pensamientos negativos sobre uno mismo o sobre nuestra actuación ante los otros, temor a que se den cuenta de nuestras dificultades, temor a la pérdida del control, dificultades para pensar, estudiar, o concentrarse, etc.

A nivel fisiológico, es decir, lo que sucede en nuestro cuerpo, reconoceremos sudoración, tensión muscular, temblor, palpitaciones, taquicardia, molestias en el estómago, otras molestias gástricas, dificultades respiratorias, sequedad de boca, dificultades para tragar,  dolores de cabeza, mareo, náuseas, molestias en el estómago, tiritar, etc.

A nivel motor u observable (lo que mostramos con nuestro comportamiento), surge la evitación de situaciones temidas, fumar, comer o beber en exceso, intranquilidad motora (movimientos repetitivos, rascarse, tocarse, etc.), ir de un lado para otro sin una finalidad concreta, tartamudear, llorar, quedarse paralizado, etc.

Es importante saber que las reacciones agudas de ansiedad no siempre son patológicas (existen los que se denominan trastornos por ansiedad como son la ansiedad generalizada, las fobias, los ataques de pánico, etc.), sino que  pueden ser tremendamente adaptativas, así nos preparan para la acción, física y sociológicamente, para responder mejor frente a distintas situaciones emergentes.
No está de más decir que muchas personas confunden la “ansiedad adaptativa” con algunos trastornos y piensan que los individuos deberían sobreponerse a los síntomas usando tan sólo la fuerza de voluntad. El solo deseo que los síntomas desaparezcan no da resultado por si solo. Cuando se convierten en un problema se hace necesario tomar conciencia de estos y tomar medidas específicas a modo de ejemplo, revisar cómo estamos respirando e intentar respiraciones lentas, profundas, para reducir la ansiedad.
Esto es necesario porque las personas que la viven frecuentemente sufren de hiperventilación, respirando rápidamente cortas cantidades de aire que pueden provocar latidos rápidos del corazón, mareos y otros síntomas, al ocurrirnos esto, lo más probable es que nos asustemos y aumentemos inconscientemente la sensación desagradable. Otra medida tal vez útil sería probar cambiar los pensamientos para disminuir la posibilidad de que los síntomas ocurran, pensando que lo que se está sintiendo es posible de controlar y/o que carece de gran importancia, que se va a acabar, en fin.

Esta compañera, la ansiedad, puede ser una gran amiga y consejera cuando se presenta en los momentos adecuados, cuando hay motivos, pero puede también resultar una enemiga aparentemente poderosa si la dejamos dominarnos y no hacemos nada para vencerla.

Siempre cabe la posibilidad de mirarnos y poder determinar si lo que sentimos requiere de trabajo personal o de ayuda externa y tener la entereza de enfrentar constructivamente esas vivencias para procurarnos una vida mas tranquila y placentera.