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Inteligencia emocional

La aptitud para controlar las emociones propias y de los demás, discriminar entre ellas y emplear esta información para guiar nuestro pensamiento y acción, es conocida como la Inteligencia Emocional.

Por María Soledad Molina C.
Psicóloga

Dentro de la tan variada gama de creencias, mitos y preconceptos con los que nos manejamos los chilenos, se encuentra -alcanzando un lugar preponderante, sin duda- la idea de que debemos saberlo todo y como se dice popularmente... “si no lo sabemos..., lo inventamos”. La vergüenza que implica ser “ignorantes” aparece como intolerable en nuestra sociedad.

Si le preguntara, por ejemplo ¿qué es la inteligencia emocional?, de no poder contestar con certezas, seguro buscará todo tipo de respuestas, unas acertadas y otras no, pero intuyo, resultaría preferible decir cualquier cosa, que reconocer valientemente que es un concepto que en los últimos años va de boca en boca, que convertimos en algo cercano, pero que la verdad sea dicha no sabemos muy bien qué significa.

Ahora bien, la próxima vez que alguien le haga esa pregunta, usted podrá responder con cierta propiedad si pone atención e interés a los conceptos muy resumidos que intentaré traspasarle en este artículo.

Diferencias básicas

La idea de “inteligencia emocional” no surge con Daniel Goleman en 1995 como muchos creen, sino por los años 90 por Peter Salovey y John Mayer, quienes la describen como “un tipo de inteligencia social consistente en la aptitud para controlar las emociones propias y de los demás, discriminar entre ellas y emplear esta información para guiar nuestro pensamiento y acción”.

El uso del término inteligencia es bastante común, sin embargo, posee múltiples definiciones dependiendo desde qué ámbito se lo estudie, por ejemplo, los teóricos de la información la consideran como la capacidad para procesar información, los profesores como la capacidad para aprender, los biólogos como la capacidad para adaptarse al entorno. En definitiva, podríamos decir que es “la capacidad de crear información nueva a partir de la información que recibimos del exterior o que tenemos en nuestra memoria”.

Genéricamente la inteligencia es definida como la capacidad para aprender, comprender y resolver problemas. Comúnmente se relaciona la definición de inteligencia con el coeficiente intelectual (CI) que se obtiene de la medición a través de pruebas de habilidades específicas innatas y adquiridas que incluyen, entre otras, la inteligencia mecánica o concreta, la habilidad física manual y/o corporal, de instrumentación espacial, la inteligencia abstracta o conceptual, capacidad para tratar con ideas y símbolos y la inteligencia social.
Por otra parte, cuando hablamos de “emoción”, lo hacemos refiriéndonos a un fenómeno multidimensional, una respuesta biológica que moviliza al cuerpo hacia una acción específica y adaptativa. También a un estado afectivo subjetivo que aparece luego de una rápida evaluación de la experiencia, además se producen expresiones faciales y corporales, características que suelen comunicar nuestra experiencia interna a los demás.

Esto no es trivial ni caprichoso. Su propósito principal es preparar al ser humano para que, en lo posible, dé respuestas adecuadas en situaciones de protección, destrucción, reproducción, reintegración, afiliación, rechazo, exploración y orientación. Desde esta perspectiva funcional, no existen emociones “malas” o “buenas”, sino experiencias para la mejor adecuación del individuo a su medio ambiente.

Ahora bien, las emociones no surgen de la nada, tienen una explicación biológica y ocurren gracias a la intervención del “sistema límbico”: un área específica del cerebro, compuesta por la amígdala (que no son las que se ubican en la región de la garganta) y el hipocampo, entre otras estructuras.

Expresando sentimientos

Ya comprendidos los dos términos que componen esto de la Inteligencia Emocional, es posible decir que las personas que son inteligentes emocionalmente, poseen una forma distinta de ser inteligentes, expresan los propios sentimientos del modo más adecuado y eficaz, no les falta iniciativa, empatía, adaptabilidad y capacidad de persuasión, es que básicamente es el modo cómo nos relacionamos con nosotros mismos (hábitos de vida, cuidados, etc.) y con los demás.

La serie de habilidades en que cada una requiere de las otras para desarrollarse y son necesarias en distintos grados según los tipos de trabajo y las tareas que se realizan, son las características de la inteligencia emocional, las que pueden ser resumidas en cinco:

1. Conocimiento de las emociones propias: Es lo que entendemos como auto conocimiento. La mente observa e investiga la experiencia misma, incluidas las emociones. Es la capacidad de reconocimiento de las propias emociones y sus efectos, llegando a  comprender las interrelaciones entre los propios sentimientos y las influencias que ejercen en lo que se piensa, se dice y se hace.

2. Capacidad de controlar las emociones: La idea fundamental de esta competencia no es reprimir las emociones, sino la habilidad de lidiar con los propios sentimientos, adecuándolos a cualquier situación.

3. Canalización de los impulsos: Es la capacidad de postergar la gratificación inmediata y controlar el impulso, la automotivación. Implica dirigir las emociones para conseguir un objetivo, es esencial para facilitar un estado de búsqueda permanente y para mantener la mente creativa para encontrar soluciones.

4. Reconocimiento de las emociones ajenas: Es la habilidad para interpretar los canales no verbales: el tono de voz, los ademanes y la expresión facial, o sea, las emociones y sentimientos en los otros. Es lo que se conoce como empatía y se construye sobre la conciencia de uno mismo. Cuanto más abiertos estamos a nuestras propias emociones, más hábiles seremos para interpretar los sentimientos de los otros.

5. Control de las relaciones o habilidad social: Es la inteligencia de las relaciones interpersonales, la capacidad de influir en los otros con mensajes claros y convincentes, adoptando una postura abierta, de liderazgo, siendo capaz de negociar y resolver conflictos, subsanar discordancias entre personas o en situaciones difíciles con diplomacia y tacto, entre otras.

Desgraciadamente, la inteligencia emocional no se puede medir con facilidad, ya que la objetividad o rigor científico necesario para la validez y confiabilidad de las pruebas se dificultan, dado que la mayoría de los rasgos sociales y de personalidad, tales como amabilidad, confianza en sí mismo o el respeto por los demás, son totalmente subjetivos y experimentados de manera muy personal e individual. Un buen ejemplo de esto es la experiencia de personas que tienen éxito, a pesar de no destacarse por su gran intelecto cuando niños, logrando sobresalir en el ámbito laboral. 

La buena noticia es que estas habilidades son posibles de potenciar y desarrollar, y por supuesto, cuanto antes se haga mejor. Y si ya está grande, como creo, tal vez sea bueno no sólo conocer algunos de los conceptos y evitarse una eventual vergüenza, sino que también experimentar, atreverse a buscar formas creativas de resolver situaciones difíciles o quizás, despertar y poner en marcha esas capacidades que nos facilitan el camino a la autorealización.