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Una Relación Activa...no Pasiva

Por: María Soledad Molina C.
Psicóloga

Mientras revisaba la bibliografía para obtener información sobre el tema que en esta ocasión quiero compartir con ustedes, fui confirmando algunas ideas que me han surgido con frecuencia en el contacto que establezco con las personas que acuden en busca de apoyo y orientación psicológica.

Constantemente recibo comentarios sobre lo complejo que resulta para los pacientes (entendido el término como quien padece una enfermedad, no como quien es pasivo o que ejerce la paciencia) el relacionarse con los médicos que deben visitar. Cómo los afectan sus conductas y lo gravitantes que se vuelven en sus vidas, no tanto desde la perspectiva de lo técnico profesional, sino desde lo personal y humano.

Son muchas las preguntas que podríamos hacernos al respecto: ¿Qué es la relación médico-paciente?, ¿Qué características tiene?, ¿Cómo se da y cómo debería darse?, ¿Qué implicancias tiene sobre la salud del paciente? En este espacio intentaré responder algunas generalidades sobre dichas cuestiones.

Contacto directo y cercano

La relación medico-paciente (RMP), puede definirse como “la interacción o nexo que se establece entre el médico y el enfermo con el fin de devolverle a éste la salud, aliviar su padecimiento y/o prevenir la enfermedad”. Esta relación se constituye directamente entre dos personas que sienten y piensan como seres humanos integrales, independientemente de la posición que ocupen. Entonces, establecer un diálogo íntimo e intenso entre ambos, es fundamental para que el médico pueda aplicar sus conocimientos teóricos y técnicos al diagnóstico y tratamiento, dependiendo de este contacto en gran parte el éxito terapéutico.

Las personas requerimos una atención personalizada de la enfermedad y demandamos que esta sea integral. No resulta suficiente recibir información sobre la patología y tratamiento, sino que esperamos comprensión.

Podemos rechazar o aceptar el mal que nos aqueja, debido a que no reaccionamos como queremos, sino como podemos. Por eso, resulta de suma importancia en la relación tener en cuenta las características personales del médico y del paciente.

Es conveniente que el médico conozca su carácter, sus debilidades, su nivel de información, hasta dónde puede manejar una situación determinada y cuándo debe derivar o pedir apoyo a otro colega. Le corresponde, también, tomar en cuenta el gran significado profesional de su prestigio científico y social, para encontrar el equilibrio necesario entre la distancia afectiva profesional de quien está en una posición de superioridad y la implicación emocional propia de un profesional que es también persona.

 

Cuánto y cómo participa el paciente

Las vías de comunicación son otro aspecto fundamental en la RMP. La comunicación puede ser:

  • Verbal: Por medio de la palabra o lo que se dice.
  • No verbal: Incluye actitud, gestos, expresiones faciales, el tacto, sobre todo al realizar el examen físico y el instrumental utilizado como complemento.

Este último punto es tanto, o más importante, que los contenidos a expresar y la herramienta más apropiada es la empatía o capacidad de ponerse en el lugar del otro, de comprenderlo, ya que permite establecer una alianza entre el médico y el enfermo, una relación de confianza que facilita la participación y el autocuidado, al trabajar en sincronía con las características personales de cada uno.

Ahora bien, existen modelos de relación médico-paciente basados en los diferentes focos de análisis de la interacción, y pueden ser clasificadas de diversas formas, pero la más utilizada por su sentido práctico es la que establece tres formas distintas y que puede ir variando de una a otra con flexibilidad, dependiendo del nivel de participación del enfermo. Estas son:

  • Relación activo-pasiva: Se establece con personas que se encuentran en una situación que no les permite establecer una relación más participativa, como es el caso, por ejemplo, del paciente con un edema agudo del pulmón o en estado de coma.
  • Relación de cooperación guiada: Se establece con pacientes que están en condiciones de cooperar en su diagnóstico y tratamiento, como ocurre en algunas enfermedades agudas (como neumonía) y crónicas como la hipertensión arterial.
  • Relación de participación mutua: No sólo contempla el cumplimiento del tratamiento, sino el control en discusión frontal de situaciones y actitudes relacionadas con la causa y evolución de la enfermedad. Resulta la más adecuada forma de relación en patologías crónicas como la diabetes o IRC.

 

Complementando las relaciones humanas

Históricamente, la relación médico-paciente ha ido cambiando. A principios del siglo XX se daban profundos vínculos afectivos entre el médico general de aquella época y sus pacientes y familiares. El médico se convertía en un líder en la comunidad donde ejercía.

Hoy existen varias condiciones que han afectado de forma negativa esta relación, particularmente el desarrollo tecnológico de las últimas décadas ha producido una suerte de distorsión del ejercicio de la medicina, con la errónea idea de que los nuevos recursos diagnósticos y terapéuticos pueden sustituir el método clínico y la relación personalizada.

No cabe duda que son de suma utilidad y de gran ayuda en el diagnóstico y tratamiento, sin embargo han de ser considerados un complemento y no la totalidad, pues nada puede sustituir una relación humanizada.

En Chile, este deterioro, según estudiosos del tema, es posible de ser explicado por al menos tres elementos:
1. La creciente pasividad de las personas a causa de la técnica cada vez más todopoderosa.
2. Una falta de sentido de los derechos de las personas, que se manifiesta en que el paciente no se siente sujeto de derechos y tampoco de deberes.
3. La falta de apertura de algunos profesionales que no posibilitan el diálogo y que se muestran como un grupo de privilegio ante los cuales no cabe más que la sumisión.

Para resolver esta situación, que en nada coopera con el objetivo último de la relación que, como se dijo anteriormente es procurar la salud, al enfermo le corresponde esforzarse por asumir su estado y pronóstico, pidiendo información y tomando las decisiones pertinentes.

Al médico, por su parte, valorar la capacidad de juicio de su paciente. Estimular una mayor autonomía, visualizándolo como un individuo capaz y competente para tomar decisiones basadas en sus posibilidades, intereses, derechos y valores.

De quién es la responsabilidad

Las características ideales en la interacción médico-paciente, poco visibles en la práctica, pero posibles son: información compartida, objetivos compartidos, decisiones compartidas y responsabilidades compartidas.

Es frecuente ver que algunos pacientes prefieren seguir entregando toda la responsabilidad de las decisiones al médico. Esta actitud no es aconsejable, puesto que les impide lograr un nivel de compromiso con el autocuidado de su salud y, lo más probable, sentimientos de frustración e impotencia del médico, cuando los resultados no son los esperados.

En el proceso de atención, lo óptimo es que el paciente interactúe con su médico y asuma su rol de paciente activo, es decir, que la comunicación sea bidireccional, en especial en el momento de buscar alternativas para el abordaje del problema o enfermedad.

Por ejemplo, es común ver que el médico tome las decisiones y que el paciente las acepte sin que eso garantice que las pueda cumplir. Pueden existir de por medio inconvenientes económicos, familiares, laborales o simplemente que el paciente no está convencido de que la solución ofrecida por el médico sea la mejor. Un ejemplo de esto, puede ser cuando un paciente recibe una receta que no puede comprar, por el alto costo. En este caso el paciente ha de plantear la posibilidad de que se le indique un medicamento alternativo, más accesible económicamente.

Otro ejemplo de este tipo de situación, y que se da con bastante frecuencia, ocurre con la indicación de dietas o de cambio de hábitos como aspecto importante de un tratamiento. Esto puede transformarse en un problema y una verdadera hazaña para el paciente el poder cumplirlo, por ello, el médico debe poseer la motivación y apertura para ofrecer al paciente el espacio que le permita una mayor participación en la búsqueda de alternativas preventivas y terapéuticas.

La participación de las personas en la toma de decisiones resulta un excelente estímulo para un mayor compromiso consigo mismo y forja la motivación para asumir responsabilidad en el proceso de autocuidado, además de permitir el desarrollo del potencial que tiene cada individuo.

El objetivo es que desempeñe un rol más activo y adopte junto con el médico el compromiso de cumplir con las metas propuestas. La práctica del autocuidado de la salud por parte de los pacientes, lógicamente, trae como consecuencia una mejor calidad y pronóstico de vida. ¡Atrévanse!