
¿Por qué él y no yo?
La envidia es un sentimiento que nace de dos procesos psicológicos necesarios para el desarrollo de los seres humanos: el deseo y la comparación, incluso hay quienes lo consideran parte de los “instintos naturales” de las personas.
Por María Soledad Molina C.
Psicóloga
Podría asegurar sin temor a equivocarme que en más de alguna ocasión nosotros, como buenos humanos, hemos vivido la experiencia de “desear tener” e incluso de parecernos injusto lo que otros tienen. Dinero, paz, salud, fama y tantos valores como puedan definirse o encontrarse. Nos hemos comparado con otros y el resultado ha sido, de manera conciente o inconsciente, el surgimiento de la pregunta ¿Por qué él (ella) y no yo?.
Muy ocultamente surge una suerte de desasosiego, una serie de reacciones negativas como por ejemplo, tristeza y/o rencor, cada vez que percibimos la buena fortuna o el éxito de otro. Todo acompañado de un incontrolable deseo de poseerla. Otorgamos subjetivamente más valor a lo que nos falta y otros poseen, que a toda la riqueza que tenemos en nuestras manos.
Este sentimiento es consecuencia de dos procesos psicológicos necesarios para el desarrollo de los seres humanos: el deseo y la comparación. Por algunos es considerado como parte de los “instintos naturales”, al igual que el amor, los celos o la agresividad y, por otros, como un fenómeno adquirido en el contexto social.
Se trata de la tan conocida y negada envidia: "un sentimiento de aguda incomodidad, determinada por el descubrimiento de que otro posee algo que nosotros creemos que deberíamos tener". La misma envidia que,, según dice la Biblia sintió Caín por Abel y lo impulsó a cometer el crimen de asesinar a su propio hermano; la misma que motiva a algunas personas a difamar, descalificar y a encontrarnos con lo más oscuro de nosotros mismos.
Se podría decir que los anteriores son ejemplos extremos de envidia o “envidia patológica”, esa que se experimenta con una frustrante sensación negativa de los propios logros, la que incide también en la actitud hacia la vida e impone estilos de relación con los otros que van desde una victimización intensa y duradera hasta la adopción de una postura defensiva que se expresa en formas descalificadoras, altaneras, lejanas, frías, irónicas y hasta crueles hacia los demás.
Las personas que viven esta intensa y paralizante envidia, poseen un sentimiento de inferioridad que no admite y no puede aceptar que su infelicidad no se debe a todo lo que carece, sino a que no sabe valorar lo que tiene y al estar pendiente de la vida de los demás no deja un espacio para asumir la suya propia, con la que no quiere comprometerse por no asumir sus responsabilidades.
Un estímulo positivo
Pero, ¿quién no ha sentido “envidia sana”? Esa que no duele tanto, sino que impulsa a desarrollar habilidades que ayuden a comprender lo que se siente y por qué se siente, la que no impide distinguir cuándo convertir el malestar emocional producido en un motor para conseguir lo que uno desea tener y controlar la hostilidad que dicha situación puede generar, evitando que deteriore las relaciones con los demás.
No hay que asustarse demasiado por sentirla, lo importante es mantener el bienestar emocional que consiste en el equilibrio que resulta de conocer y asumir con tranquilidad y buen humor lo que somos, tenemos y aspiramos a ser (y tener). Ser consecuentes y obtener absoluta claridad sobre esto. Y todo ello no basado en comparaciones, sino partiendo de nuestras propias percepciones, sentimientos y perspectivas de futuro. Podemos considerar que hemos superado la envidia cuando nos alegramos del éxito o la buena suerte de los demás.
Mirar al exterior y compararnos con quienes admiramos o envidiamos puede resultar un estímulo positivo siempre que lo hagamos constructivamente -no con un espíritu de simple imitación- extrayendo del éxito ajeno, conclusiones adaptables a nuestra manera de ser, nuestras capacidades y nuestras circunstancias personales.
La empatía, que es la capacidad de ponernos en lugar del otro, la confianza en uno mismo y en los demás, el desarrollo de expectativas y modelos positivos sobre las relaciones sociales, una valoración precisa de la propia competencia sin infravalorarse ni sobrevalorarse, relativizar las diferencias sociales y aprender habilidades para elegir adecuadamente con quién, cómo y cuándo compararse, evitando que dicha comparación tenga un efecto destructivo, dar a los demás y solicitar ayuda con espíritu colaborador, son un buen medio para resolver los conflictos que causan envidia.
Acostumbrarse a centrar la atención en los aspectos más positivos de la realidad, no siempre en los negativos, relativizar el éxito propio y, si es posible, tomarlo incluso un poco en broma. Por sobre todo optimismo. Estas son formas eficaces con las que nosotros podemos ser activos para prevenir que la envidia se convierta en una pesada carga y un obstáculo insalvable para nuestras relaciones interpersonales y para nuestro propio crecimiento, desarrollo y calidad de vida.